DOS DÍAS DEL AÑO

POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)

Dos días del año. Colección A. L. Galiano

En Otoño, al abandonar el calendario el mes de octubre, nos vemos abocados en esos días de los que una tonadilla popular oriolana dice: “noviembre, dicho mes/ que empieza en Tosantos/ y remata en San Andrés”, y al que un refrán de nuestra tierra hacía referencia a la buena época para que “en noviembre/ el que tenga trigo que lo siembre”.

Esos dos días a los que nos vamos a referir son los que en el almanaque vienen marcados como Todos los Santos y Fieles Difuntos, respectivamente.

A la primera de esas fechas, el dominico genovés fray Santiago de la Vorágine, en 1264, en “La Leyenda Dorada”, justificaba que entre varios motivos para su institución como fiesta, uno de ellos fue la pretensión de sustituir el olvido u omisiones de aquellos que habiendo llevado una vida ejemplar, habían sido marginados del culto y que no eran honrados dedicándole exclusivamente una festividad.

El fraile, aludía que era prácticamente imposible llevarlo a efecto, hasta el punto que en nuestra vida, siendo tan corta si se les dedicara un día a uno por uno, feneceríamos antes de que lo pudiéramos hacer. Así, en esta celebración quedaban incluidos todos aquellos que no habían sido canonizados, y que por sus bondades gozan de la Gloria.

En Orihuela, esta fecha tradicionalmente dentro de la dulcería es celebrada con los “huesos de santo” y se tiene como postre las gachas con arrope y calabazate. Pero, dejando a un lado estos aspectos que caen dentro de lo material, podemos dar algunos ejemplos de aquellos bienaventurados que por sus virtudes entrarían en ese multitudinario e infinito número de santos, de los que incluso algunos de ellos, quedaron a la espera de su beatificación durante siglos.

Así recordemos a aquella beata llamada Águeda que, a los siete años se desposó con Cristo, la cual estuvo siete años sin dormir, comía tres días a la semana y nunca ingirió carne. Al capuchino Francisco Simón Ródenas, nacido en La Aparecida, obispo de Santa Marta (Colombia), y dimisionario de Equino, cuyos restos descansan en la iglesia del convento de Masamagrell. Inocencio Carretero, propulsor de la colocación de la primera Cruz de la Muela fabricada en hierro. Rosa Ros Pérez, nacida en Molins, en 1804, y cuyo cuerpo reposa en el Cementerio de nuestra ciudad. Y, volviendo la vista al siglo XVII, la agustina del Convento de San Sebastián sor Juana Guillén, a la que se le apareció Jesús con la cruz a cuestas en un mirto del huerto conventual y cuyo sepulcro se conserva en dicha iglesia.

El siguiente día después de haber conmemorado a la Iglesia Triunfante, corresponde la fecha a la Iglesia Paciente que está formada por aquellos que habiendo fallecido en gracia, necesitan purificarse. Así, las ánimas de los que no reciben durante el año especiales ayudas, se les dedica esa festividad para puedan beneficiarse de los sufragios que en esta ocasión se hacen. Es por ello, que se tiene en cuenta a los fieles difuntos, en cuyo día especialmente se visitan los cementerios y se recuerda a los seres queridos que no están entre nosotros.

En 1896, el Semanario Instructivo y noticiero “El Ateneo de Orihuela” del que era redactor jefe, Vicente García Guillén, dedicaba un artículo a dicha festividad, recordando que la ciudad de los muertos oriolana era hermosa, situada en un lugar ventilado y distante del caserío próximo, lo que no era perjudicial a la salubridad pública. A pesar de ser un espacio triste, para el autor del artículo se vivía un contraste “bello y singular”, con numerosas artísticas lápidas y suntuosos panteones, entre los que destacaba el de la familia Bonafós. En aquellos momentos, desde su asentamiento en aquel lugar habían sido inhumadas 50.000 personas y, desde hacía dos años, se había acometido obras de aseo y restauración, ante el lamentable abandono en que se encontraba.

Recuerdo como de niño en la mañana del 2 de noviembre me decían que me tenía que levantar temprano para que en mi cama se posasen las ánimas del Purgatorio. Sinceramente, no lo entendía y me aterrorizaba, tal vez porque me llevaban también a la Iglesia del Monasterio de San Juan de la Penitencia a un oficio religioso presidido por un catafalco enlutado, coronado por una calavera. Después, igual que ahora se oían tres misas en sufragio de los difuntos.

Son recuerdos de la infancia. Sin embargo, creo que es más efectivo desdramatizar la situación tal como se vive en México, “el Día de Muertos”, en que se montan altares en instituciones, centros públicos y, hasta en los hoteles, llenos de golosinas con referencia a la muerte y con los retratos de aquellas personas fallecidas durante el año. En concreto: el recuerdo a los seres queridos se celebra con más alegría, aunque la pena vaya por dentro.

Son dos días que nos van aproximando al Adviento y a la Navidad. Fuente: el propio autor. Diario INFORMACIONES

 

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