UNA GRATA SORPRESA

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Ráfales (Teruel). / Foto A.L.Galiano

Ráfales (Teruel). / Foto A.L.Galiano

Al viajar, a veces sin buscarlo tropiezas con elementos o detalles que, al localizarlos de forma imprevista y que no te encajaban en el programa iconográfico te sorprenden. Esto me ha sucedido en muchas ocasiones, y siempre me han dejado en la memoria sino conmovido, al menos maravillado con el accidental hallazgo. Recuerdo la grata sorpresa que tuve en tierra peruana, concretamente en Cuzco, muy cerca de la Plaza de Armas y de su catedral, cuando sin esperarlo tropecé con el Museo Arzobispal y con la sede de la Fundación José Orihuela Yábar, lo cual me llamó poderosamente la atención. Pues el topónimo de nuestra tierra, aunque lo conocía en apellidos en la misma en los siglos XVII y XVIII, no dejó de sorprenderme que a miles de kilómetros de distancia Orihuela estuviera presente. La sorpresa fue aún mayor, cuando al recorrer el Museo, dentro de su colección pictórica me vi ante doce cuadros de autor anónimo en los que se podía apreciar cómo se desarrollaba la procesión del Corpus Christi cusqueño, y dentro de ellos representados altares efímeros fabricados para la solemnidad y carrozas dedicadas a Santiago, Nuestra Señora de Belén, San Cristóbal y San Sebastián, asemejadas a las ‘rocas’ del Corpus valenciano, que nos dan una idea de cómo debieron de ser también las que existían en Orihuela en siglos pasados.

Pero, continuando con esas sorpresas inesperadas, en otra ocasión en la tierra croata que se atribuye el ser la cuna de Marco Polo, Korkula, descubrí una pieza de orfebrería del siglo XVIII, conocida como ‘Triunfo de la Eucaristía’ en la que Cristo emerge desde un cáliz, fundiéndose cuerpo y sangre en la transubstanciación. Pieza ésta que me indujo a estudiarla relacionándola con el lagar místico. Otra vez, deambulando por Guimeraes en Portugal, materialmente me encontré con una especie de armarios callejeros incrustados en las paredes, en interior de los cuales, a tamaño natural aparecían escenas de la Pasión, al igual que me vi sorprendido al ir descubriendo, una a una, las suntuosas capillas del Vía Crucis del Monte Bom Jesus en Braga, aquella población portuguesa que cuando reza, Oporto trabaja, Coimbra estudia, mientras que Lisboa se divierte.

Siempre me he llevado alguna sorpresa en mis viajes, que me han incitado a continuar investigando sobre las mismas, ya no sólo por curiosidad de trotamundos, sino como estudioso de la historia, tradiciones, arte y costumbres de los pueblos que he visitado.

La última acción o efecto de sorprender, por algo imprevisto, que me ha dejado huella ha sido relativamente reciente. Quién me iba a decir que, en un pueblo de montaña mis ojos se iban a fijar en una pared en la que aparecía sobre una especie de hornacina vacía el símbolo que representa a nuestra Patrona Nuestra Señora de Monserrate.

Era el atardecer de un día del mes de agosto, en una villa de la Comarca de Matarrañas en la provincia de Teruel, entre los ríos Guadalope y Tastavins, a unos 627 metros sobre el nivel del mar. Después de una carretera cuajada de curvas, en pleno corazón de la Franja de Aragón, en la que se funden influencias aragonesas, catalanas y valencianas, y en la que lo mismo se habla catalán que castellano; llegamos a Ráfales. Pequeña población de 165 habitantes que ostenta el rango de Bien de Interés Cultural otorgado por el Gobierno de Aragón, en 1983. Al igual que la mayoría de los pueblos de esta comarca, a derecha e izquierda de sus calles, emergen edificios de siglos XVI al XIX con fachadas de sillería y mampostería, muchos de ellos revocados en color añil, que le otorga una señal identitaria a todos ellos. En estas poblaciones, siempre la Plaza Mayor próxima a la iglesia, con su edificio municipal con la cárcel incorporada, digo yo que será por tenerla más cerca, con su lonja y lavadero público. Pues bien, recorriendo las calles de Ráfales, en la del Arrabal, a la izquierda en dirección a la de Herrerías en la fachada de un edificio aparentemente abandonado dedicado a establo, tuve la sorpresa de encontrar el símbolo mariano que representa a la Virgen de Monserrate, un monte con una sierra de carpintero intentando abrirla, pero en esta ocasión flanqueado por dos cipreses. En un principio, pensé que tal vez sería la ofrenda de algún devoto a Nuestra Señora de Monserrat de origen catalán que debió habitar en la casa lo que motivó su presencia, e incluso debió de existir alguna imagen de la misma en la hornacina. Sin embargo, investigando, la cosa está más bien justificada por la devoción a otra Virgen, ésta de Monserrate que es venerada en un santuario gótico del siglo XIV, restaurado en varias ocasiones, que lleva su nombre y el de Santa Mónica, próximo a Ráfales, en el término de Fórnoles lindero con el primero. Según la leyenda, como otras muchas veces en las tradiciones marianas, la imagen fue encontrada por un pastor entre las ramas de un enebro, tal como dicen sus Gozos: «Un árbol era dosel/ de esta Reina Soberana/ y hallóla en su edad temprana/ un pastorcillo fiel». Éste la introdujo en su zurrón y la llevó al pueblo, pero la imagen en dos ocasiones volvió al mismo sitio donde había sido descubierta. Entonces se decidió construir una ermita para venerarla en el lugar donde estaba el enebro. Así mismo, en 1521, con motivo de una sequía, todos los pueblos de la comarca decidieron peregrinar al santuario de la Virgen de Monserrate para implorar la lluvia necesaria, llegando a coincidir allí sin haberse puesto de acuerdo.

Monserrate, Monserrat o Montserrate, qué más dá. Lo cierto es que la simbología se repite en todas ellas, y la próxima ocasión intentaré acercarme hasta el santuario de Fórnoles, si la ruta no es muy difícil, para comprobar la iconografía de aquella imagen que recibe culto en un relicario de plata, cuya advocación es idéntica a la Patrona de la Ciudad de Orihuela.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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