SOCORROS Y SOCORRISTAS

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA

Los balnearios del paseo de Vista Alegre vistos desde el mar. / Foto A. Darblade

Los balnearios del paseo de Vista Alegre vistos desde el mar. / Foto A. Darblade

Siempre, al final del verano la Cruz Roja ha hecho público el estadillo de las intervenciones realizadas a lo largo de la temporada en las playas, este año, tras algunas controversias, ha sido una UTE vinculada a la empresa Eulen la adjudicataria de estar al tanto de socorrer a los bañistas.

Haciendo historia de lo sucedido en otras épocas en el litoral torrevejense hay que recordar que siempre a la llegada del verano ha sido importante valorar los riesgos a los que nos podemos exponer en la época en que se tiene un contacto más frecuente con el agua de mar, los baños y la navegación deportiva. Muchísimos son los casos que podría relatar, algunos con final feliz.

Lejano queda los ahogamientos de un sacerdote y su padre, a mediados del siglo XIX, pasando desde entonces a llamarse aquel lugar Playa del Cura; apareciendo con ese nombre en una carta náutica del año 1860.

Tragedia fueron, el 9 de agosto de 1860, los ahogamientos de Ramón Ruiz Lozano y Ramón Ruiz Capdepón, padre e hijo; el primero de 60 años y el segundo con tan sólo19,. Ramón Ruiz Lozano aunque era un hacendado de Granja de Rocamora, no tenía una gran fortuna, ya que, por no tener, no tenía ni servicio de criadas, ni grandes rentas. Había estudiado leyes en Orihuela, instalando allí un bufete de abogado, contrayendo matrimonio con Josefa Capdepón Cascales. Pasaba en familia todos los veranos, en una casa de su propiedad que tuvo en la calle Hidalgo -hoy Pedro Lorca-, hasta el día en que infortunadamente perdió la vida junto a su primogénito.

Suerte tuvieron, en la mañana del 20 de julio de 1863, los niños Ramón Quijano, de seis años, y Manuel Sánchez, de nueve, que cayeron al agitado mar desde el muelle cargadero de la Eras de la Sal. Estaban a punto de perecer ahogados, cuando Juan Torregrosa, dependiente del resguardo de sales, sin tener tiempo de desabotonarse el uniforme, se arrojó al agua logrando, no sin trabajo, por la dificultad para nadar que le oponían las ropas, sacar sanos y salvos a los niños, entre los aplausos y las bendiciones de todo el pueblo.

Hecho destacado fue un accidente, ocurrido en agosto de 1882, del que se libró de morir la señorita Martínez León y Rebagliato en la bahía de Torrevieja. Las familias de Coig, Gómez Díaz, Megías y Molina, junto con Anita Balaguer y Concepción Franco, fueron a visitar la corbeta rusa ‘Ruwih’ y a su capitán Oscar Heine. Se embarcaron en un bote que tripulaba, entre otros, Lorenzo Pareja. Ya en el costado del barco, empezaron a subir los invitados y al hacerlo la señorita Martínez León se partió la escala, sepultándola las olas, entre las que hubiera perecido de no lanzarse en su auxilio Lorenzo Pareja, consiguiendo librarla de una muerte cierta, así como al señor Onteniente Galindo, que ayudó a otra señorita que también había caído. Alejo Molina y su esposa se libraron milagrosamente, pues habían subido antes de la rotura de la escala.

El 30 de julio de 1890, volvió a ocurrir otro accidente cuando dos señoritas salieron más a la mar con menor prudencia de la aconsejaba, encontrándose cuando fueron a volver que los les era posible. Varias amigas y familiares, que estaban más a la orilla, se apercibieron del apuro en que se encontraban, precipitándose en su ayuda, aumentando la responsabilidad, ya que se vieron en la misma crítica situación que las que trataban de auxiliar. Algunos jóvenes de la localidad, que se encontraban bañándose, les socorrieron a todas, consiguiendo que quedara en un susto lo que pudo haber sido desgracia.

Durante las regatas celebradas en agosto de 1900, el niño torrevejense Pepito Rodríguez, de cinco años de edad, tuvo la desgracia de caer al mar desde la punta del muelle Mínguez, lugar de mucha profundidad. En principio se creyó que estaba bañándose, pero el verle vestido y luchando con las aguas de un modo angustioso la gente llena de terror vieron que se estaba ahogando. Al ver esto el fabricante de harinas murciano, Enrique Miñano, se arrojó al mar, vestido como estaba; se apoderó del niño, no sin gran esfuerzo, pues la chaqueta le impedía nadar; y cogiéndole de un brazo, le sacó a flote, dando tiempo a que un barco próximo le arrojara un cabo.

El agosto de 1913, en el balneario de La Unión que había en la playa de Torrevieja, se hallaba tomando el baño la niña Luisana Cebrián García, acompañada de su criada Teresa Mompeán Nortes; sin darse cuenta entraron mar adentro llegando a una hondonada donde no pudieron hacer pie. El ver que los cuerpos bajaban al fondo y volvían a subir llamó la atención a más de uno de los bañistas que empezaron a dar las voces de auxilio. Francisco Hernández Ares, concejal del Ayuntamiento de Murcia, se desposeyó de sus ropas arrojándose al agua y, después de grandes esfuerzos, pudo llegar al lugar donde iban a perecer las dos muchachas, salvándolas.

En agosto de 1928, bañándose el comandante Pascual Esplán con sus hijos, uno de ellos dejo de hacer pie y al tratar de salvarlo el padre estuvo a punto de perecer, teniendo que ser rescatado por unos marineros. Ese mismo mes, el niño Diego Hernández Ruiz, de once años, hijo de ex alcalde de Murcia Diego Hernández Illán, salvó a la criada Dolores Planez García, de cuarenta y dos años, que al desembarcar de resbaló con tan mala fortuna que se sumergió en las aguas. Arrojándose con prontitud el niño que consiguió librarla de una muerte segura.

El 9 de agosto de 1933 por la mañana, cuando se bañaba el joven torrevejense Armando Rodríguez Sánchez, de diecisiete años, sufrió una indisposición. Sacado a la tierra en grave estado fueron inútiles los socorros médicos, falleciendo al día siguiente.

Siempre habrá quien también se ahogue con agua y otros con las palabras que nunca dijo ni escribió y le obstruyan la garganta. ¡Estamos salvados!

Fuente: http://www.laverdad.es/

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