EL OTOÑO Y LA VECINDAD RURAL -MEMORIA DE UNA ASTURIAS LABORIOSA Y LLENA DE CARENCIAS

POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)

Molino del siglo XVII aun en activo en Parres.

Es evidente que con la llegada del otoño en la vida campesina asturiana los ritmos eran más pausados y los trabajos y tareas entraban en un ambiente de mayor intimidad hogareña. Se iniciaba la hora de hacer inventario con la recogida del maíz, manzanas, castañas, nueces, avellanas, etc. El año agrícola concluía y se entraba en un periodo de sosegado letargo hasta la primavera.

En nuestro concejo de Parres, desde Llerandi hasta Toraño y desde Cofiño hasta Aballe, la mayoría de los vecinos tenían las mismas dedicaciones.

Cada 11 de noviembre -por la fiesta de San Martín, patrono de la capital del concejo y celebrado en otras parroquias del mismo- había que abonar lo que llamaban “martiniegas”, que eran los foros, rentas y alquileres que tantos campesinos se veían obligados a pagar a los dueños de las tierras que llevaban en arriendo. A algunos nos les alcanzaba para pagar las rentas a los amos de sus casas y tierras, iniciándose así un doloroso proceso de desahucio del que pocas veces se ha hablado. Baste decir que -sólo en el año 1896- el tomo conservado en los archivos municipales referente a “Juicios de Desahucio” en nuestro concejo de Parres, tiene 305 páginas y en él se recogen los muchísimos procesos entablados en esos doce meses, donde decenas de familias quedaban literalmente en la calle (mejor dicho, en los caminos) apenas con lo puesto.

Esfoyazas y filandones congregaban en las casas a las gentes que -dispersas por barrios y quintanas de las parroquias- estrechaban lazos vecinales, hoy en una casa y mañana en otra. Las labores solían alargarse y, a veces, se daban pequeños incidentes entre mozas y mozos que la Iglesia -siempre vigilante para que se cumpliesen sus principios de rígida moral- pretendió atajar. De modo que, en 1782, las autoridades eclesiásticas y civiles se pusieron de acuerdo para frenar aquellas posibles situaciones que no encajaban en sus normas y costumbres. Así, se prohibió salir por las noches a esfoyazas y filandones, castigando a los que infringían la norma a cuatro días de trabajo en las obras públicas o al servicio de los pobres y, además, los padres de los mozos y mozas que contravenían estos principios debían pagar cuatro reales, cuyas penas se duplicaban si se reincidía. El obispo Pisador -en 1789- prohibió dichas juntas, ordenando a los curas de las parroquias que no las permitiesen. Y todo ello a pesar de que una cierta religiosidad estaba presente en la mayoría de las actividades, reuniones y actos de los vecinos de las parroquias pues, por ejemplo, en este caso concreto que nos ocupa, la “esfoyaza” solía concluir con el reparto de la que llamaban “garulla”, una colación de castañas cocidas, manzanas, boroña y nueces, junto con un vaso de sidra o de vino y, en la despedida, el dueño o dueña de la casa daba inicio al rezo de un padrenuestro que era secundado por los presentes.

La milenaria tradición del cultivo del lino hace muchos años que ha desaparecido en Asturias, cuando las mujeres se reunían para hilar con el mismo o con la lana. En la laboriosa tarea que concluía en forma de madejas y con el auxilio del “aspa” también había presencia masculina, más como acompañantes y observadores que como ayudantes, pues se consideraba tarea fundamentalmente femenina.

Mención habría que hacer en estas tareas otoñales de la llamada “andecha” o reunión de gentes trabajadoras del campo para la recolección de legumbres, cereales y otros.

De todas estas tradiciones sólo sigue presente entre nosotros la “sextaferia” que -como su nombre indica- tenía lugar los viernes, que en el calendario medieval era el día sexto, dado que el primer día de la semana era el domingo y no el lunes, como ahora se considera, excepto para los británicos y norteamericanos, cuya semana concluye con el sábado, más a efectos de calendario que prácticos, pues el famoso “weekend” o fin de semana está compuesto por sábado y domingo. (Los judíos descansan el sábado siguiendo de forma muy literal la Biblia, por considerar que Dios descansó al séptimo día de la creación, y los cristianos impusieron el domingo como el último día semanal y festivo, al celebrar la resurrección de Cristo en esa jornada). En inglés todos sabemos que a ese día se le llama Sunday (=día del Sol), mientras que para nosotros proviene del latín Dies Dominicus (=día del Señor). Los mismos portugueses al lunes le llaman “segunda feira” y no primera. Hecha esta precisión no dejaremos de citar también las fiestas que por la época otoñal tenían lugar con los magüestos o amagüestos, donde se olvidaban los trabajos y se centraban en la fiesta y la diversión. Convocaban a la mocedad al atardecer, donde los muchachos aportaban la sidra y las mozas las castañas, avellanas y nueces. En una hoguera se ponían las castañas a tostar hasta que estuviesen en su punto. Si el tiempo era inclemente y el otoño demasiado avanzado podía celebrarse la reunión en una casa, con las castañas asándose en el horno familiar.

De modo que era en otoño -fundamentalmente- cuando el tiempo era el más propicio para este tipo de reuniones entre los vecinos de los alrededores de una aldea, pueblo o quintana.

Un tiempo pasado que ahora vemos como una dulce sinfonía pastoral, pero que estaba lleno de carencias, pobreza y duro trabajo. Nuestros antepasados casi no conocían otro sistema de vida y -por ello y a su modo- eran felices o, al menos, lo imaginamos. Una Asturias que no bastaba con vivirla o visitarla, porque era plural, compleja, oculta y, sin embargo, diáfana para los hombres y mujeres de buena voluntad. Al igual que hoy sigue siendo la Asturias montañosa y cantábrica, ganadera y pesquera, rural y apacible, laboriosa y festiva.

Fuente: Diario LA NUEVA ESPAÑA. Oviedo, 29 de septiembre de 2017

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